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Obra plástica La brecha metabólica
La vida moderna ha creado una ruptura entre la humanidad y la naturaleza.
“La brecha metabólica”, de Evelin Kolijn

¿Qué tienen en común el cocinar una rana en una olla, jalarle a la taza del baño y girar la llave para prender nuestro auto? Pensemos primero en lo último: un acto cotidiano que forma parte de la rutina de muchos mexicanos que por falta de opciones, seguridad o estatus manejan a sus trabajos todos los días, y para quienes viajan en transporte también hay un chofer que realiza ese movimiento. Un acto que realizamos sin pensar, solo esperando librar el tráfico ese día, y mucho menos tenemos la intención de destruir arrecifes de coral cuando lo hacemos. Y sin embargo eso es exactamente lo que sucede cuando esa acción se repite mil millones de veces al día. Timothy Morton nos invita a reflexionar: una persona manejando es inofensiva, pero la humanidad manejando está arrasando con el planeta, y sin embargo nosotros como individuos somos parte de esa humanidad.

Algo similar sucede con la taza de baño en la forma del quebranto de un ciclo ancestral. En la naturaleza no hay basura porque los desechos o el cadáver de un animal es el alimento de otro. Nosotros, en cambio, extraemos nutrientes del suelo rural y en vez de regresarlo desde las ciudades, jalamos la taza del baño y observamos mientras desaparece el problema de nuestra mente. Karl Marx bautizó a este comportamiento anti animal de los humanos modernos como la brecha metabólica. Otro problema del que somos partícipes reacios; ninguno de nosotros decidimos manejar nuestras excreciones así, simplemente nacimos y las tazas de baño ya estaban ahí.

Pintura del Paricutín
La humanidad irrumpe como una fuerza de la naturaleza.
“El Paricutín” de Gerardo Murillo, el Dr. Atl

Ahora volvemos a la semilla, la cuestión de la rana en la olla. Se dice que es fácil cocinar una rana viva en una olla siempre que la temperatura se incremente muy lentamente. La rana sentirá que el agua se calienta, pero no percibirá el peligro hasta que sea demasiado tarde: cuando empiece a sentir dolor ya no tendrá energía para saltar. Si es fácil ponernos en el lugar de la rana y pensar en la brutal tortura que esto conllevaría, ¿por qué permitimos que el planeta se siga calentando al manejar nuestros carros y descargar aguas residuales a ríos pensando que, como hoy no se acabó el mundo, mañana podremos lidiar con la situación? ¿Qué podemos hacer, si nuestro entorno nos condiciona y nos niega las alternativas? Esta serie de contradicciones fundamentales nos permiten vislumbrar las vueltas del nudo retorcido que es el cambio climático y por qué se presenta como el mayor reto de la humanidad. Un problema retorcido es elusivo (¿Dónde está? ¿Quién es responsable?), no contrastable (si lo resolvemos no hay forma de saber qué tan grave era en realidad), alógico (es difícil separar lo bueno de lo malo, correcto e incorrecto, necesario y prescindible), irreversible (no hay intentar, solo hacer o no hacer) y contratemporal (el tiempo se acaba, pero el impacto es duradero).

Pintura de trigal con cuervos
Somos muchos que, como el ave, volvemos al nido de la armonía con la naturaleza.
“Trigal con cuervos” de Vincent Van Gogh

¿Qué hacer ante esta espada de Damocles que se esconde detrás de cada desayuno, de cada prenda? En realidad, las ranas no hierven en la olla, un mecanismo esencial de la termorregulación es el desplazamiento hacia mejores condiciones. Muchos humanos somos como las ranas y estamos nadando contracorriente en lucha de frescos bosques y cascadas prístinas. Somos la mayoría, más del 80% quiere mayor acción climática según la ONU, y las soluciones ya están aquí, al alcance de nuestras manos. Solo juntos podemos exigir y lograr el cambio, aunque esa minoría nos quiera hacer pensar que es imposible y estamos locos. Pero ya lo dijo Steve Jobs: “Las personas que están lo suficientemente locas como para creer que pueden cambiar el mundo son las que lo hacen”.

Artículo públicado originalmente en el Periódico de Izcalli